Ignacio Torres Masdeu


Me gustan los monos

La tienda de animales los vendía a cinco céntimos la unidad. Pensé que era extraño, dado que normalmente cada uno cuesta un par de miles de euros. Decidí que a caballo regalado no se le miran los dientes. Compré 200. Me gustan los monos.

Llevé mis 200 monos a casa. Mi coche es grande. Dejé conducir a uno. Su nombre era Sigmund. Era retrasado. De hecho, ninguno de ellos era realmente brillante. No paraban de pegarse puñetazos en los genitales. Me reí. Me pegaron un puñetazo en los genitales. Dejé de reír.

Los apiñé en mi habitación. No se adaptaron muy bien a su nuevo entorno. Chillaban, se lanzaban desde el sofá a grandes velocidades y se estampaban contra la pared. Aunque divertido al principio, el espectáculo perdió su novedad hacia la mitad de la tercera hora.

Dos horas más tarde entendí por qué los monos eran tan baratos: murieron todos. Sin razón aparente. Sencillamente cayeron muertos. Más o menos como cuando compras una carpa para la pecera y muere a las cinco horas. Malditos monos baratos.

No sabía qué hacer. Había 200 monos muertos tendidos por toda la habitación, en la cama, en el vestidor, colgando de la estantería. Parecía que tuviese 200 alfombras tiradas.

Intenté tirar uno por el water. No funcionó. Se quedó atascado. Entonces tuve un mono muerto y mojado y 199 monos muertos y secos.

Intenté hacer como si fuesen animales disecados. Funcionó durante un rato, esto es, hasta que empezaron a descomponerse. Empezó a oler realmente mal.

Tenía que mear, pero había un mono muerto en el water y no quería llamar al fontanero. Estaba avergonzado.

Intenté frenar la descomposición congelándolos. Lamentablemente solo había sitio para dos monos al mismo tiempo, por lo que tenía que cambiarlos cada 30 segundos. También tuve que comerme toda la comida del congelador para que no se echase a perder.

Intenté quemarlos. Pena no haber sabido que mi cama era inflamable. Tuve que extinguir el fuego.

Entonces tuve un mono muerto y mojado en mi water, dos monos muertos y helados en mi congelador y 197 monos muertos chamuscados apilados en mi cama. El olor no mejoraba.

Me sentí inquieto por mi incapacidad para deshacerme de mis monos y usar el baño. Pegué una paliza a uno de mis monos. Me sentí mejor.

Intenté tirarlos, pero el basurero me dijo que el ayuntamiento no tenía permiso para deshacerse de primates chamuscados. Le dije que tenía uno mojado. Tampoco podía cogerlo. No me molesté en preguntar por los congelados.

Finalmente encontré una solución. Los di como regalos de Navidad. Mis amigos no sabían qué decir. Intentaban hacer ver que les gustaban, pero notaba que mentían. Ingratos. Por lo que les pegué un puñetazo en los genitales.

Me gustan los monos.

Traducido de http://people.redhat.com/blizzard/monkeys.txt